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1 noviembre, 2013Por David Bolaños / badavid93@gmail.com
Desde 1990, Miguel Regueyra imparte diversos cursos en la ECCC como Producción Audiovisual, Edición Gráfica, Edición de Publicaciones y Fotografía.
Miguel Regueyra Edelman voltea hacia su pasado y sus ojos reflejan orgullo. Este profesor prefirió conversar en la comodidad de la Plaza 24 de Abril en lugar de recibirme en su oficina. Con paso firme, me dirigió hacia una banca de concreto, al aire libre, muy cerca del resto de personas que pasaban por la Universidad de Costa Rica.
El reloj marcaba el mediodía. Minutos antes, él había finalizado una de sus clases de Comunicación Gráfica, que imparte en la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva desde hace 23 años.
Su temple refleja una profunda sensación de humildad, y sobretodo, de sabiduría adquirida con el paso de los años: Regueyra viste una camisa azul pálido, de manga corta y de abotonar, y unos pantalones de mezclilla desteñidos. Sonríe al afirmar que tiene más de 20 años usando solamente este tipo de pantalones, sin importar la ocasión.
Miguel Regueyra es un hombre de mirada profunda, con piel bruñida por el sol y el tiempo, que no resalta por su estatura ni por su apariencia, sino por su forma de ser y hacer.
Lo caracteriza una barba hirsuta de color negro, manchada por algunas canas, y su cabello, del mismo color, corto y cubriendo sus sienes: inexistente desde la frente hasta la coronilla, pero que alguna vez llegó hasta la altura de sus hombros. Son recuerdos de una época de efervescencia juvenil, de rebeldía, y sobre todo, de convicción.
Como uno de los tantos niños josefinos que nacieron en 1957, su educación estuvo marcada por la doctrina católica. Miguel asistió a la Escuela Buenaventura Corrales y luego ingresó al Colegio Salesiano Don Bosco. En 1972, cuando cursaba el tercer año de secundaria, el joven Regueyra comenzó a interesarse por los planteamientos del marxismo. Al año siguiente se definió ateo.
Esto lo puso en situaciones incómodas: “recuerdo las presiones del resto de alumnos para me sometiera a las dinámicas de un colegio católico, como confesarse o comulgar”, relata.
Su casa era el punto de reunión de decenas de vecinos, y sus oídos prestaban atención a los hitos musicales de 1960: Janis Joplin, Jimi Hendrix y The Doors. Todavía lo cautivan.
“Socialismo en la brújula”
La posición política ha sido un factor clave en la vida de Miguel Regueyra. En 1975 ingresó a la Universidad de Costa Rica como estudiante de Arquitectura, pero abandonó la carrera en agosto de ese mismo año.
“Sentía que en arquitectura no iba hacia ningún lado, así que valoré otras posibilidades: una fue Diseño Gráfico y, la otra, Periodismo”. Optó por esta última, al considerar que le sería de utilidad para el desarrollo de sus intereses políticos.
La apariencia que mantiene el profesor Regueyra podría recordar a los miembros de la revolución cubana: aquellos que dejaban crecer sus barbas mientras permanecían en la sierra.
Entre risas, Miguel aclara que hubo una época donde se interpretaba el vello facial como una señal de apoyo al comunismo. En cambio él conserva la barba por simple pereza de afeitarse.
“Muchas veces, las manifestaciones externas eran poses”. Él acuñó a este fenómeno como “Guerrilleros de Café”, es decir, personas que vestían chaquetas y boinas militares, pero su compromiso político no pasaba de hablar en una cafetería. “En cambio, yo debía pasar inadvertido”
Desde antes de ingresar a la universidad, Miguel Regueyra decidió ser un militante. Esto significaba asumir una posición política y organizar la vida alrededor de ello. En 1977, el joven estudiante de periodismo abandonó su carrera para unirse a la guerrilla salvadoreña.
Miguel logró organizarse con varios compañeros y amigos, establecieron contacto con miembros de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL) y viajaron hacia El Salvador.
El FPL era una organización político-militar fundada, en 1970 en El Salvador. Regueyra fue militante y tenía dos tareas: en los procesos logísticos internos (como falsificador de documentos) y en las milicias populares, en las cuales se encargaba de la formación política de gente que había sido reclutada.
En esa época, El Salvador y gran parte de América Central vivían bajo un estado crítico de represión. Miguel recuerda al dueño de una fábrica textil en la ciudad de Santa Ana, de apellido Sade, que había contratado como Jefe de Personal a un coronel del ejército.
“Ahí trabajaban compañeros del FPL, y dos de ellos fueron capturados y torturados; incluso asesinaron a José Guillermo Rivas, Secretario del sindicato”, aseguró.
Con pesar, Miguel recuenta a sus amigos de Santa Ana que perdió en la guerra. Eran sus compañeros, aunque nunca conoció sus verdaderos nombres.
Proteger la identidad era un factor esencial para permanecer vivo. Su habilidad en técnicas de fotografía e impresión le permitieron producir y alterar documentos de identificación. Durante la estadía en El Salvador no existió Miguel Regueyra: su> nombre de guerra fue Fernando.
Toda esta travesía tenía un objetivo claro: reunir experiencia para establecer una organización político-militar en Costa Rica. Miguel percibía la posibilidad de cambio. Él quería abogar por una sociedad socialista en Costa Rica y la lucha armada era una opción radical para lograr dicha transformación.
Los estudiantes de Miguel Regueyra han podido conocer de primera mano una parte de la historia de Costa Rica en la que él fue protagonista
La Familia
La crisis económica marcó a las décadas de 1970 y 1980 en Costa Rica. Fuera, en el resto de Latinoamérica, las dictaduras militares instauraban su tiranía. En ese momento, un grupo de jóvenes costarricenses decidieron crear una fracción política-militar en favor del socialismo: La Familia.
¿Y por qué ese nombre?, le pregunto.
“Nosotros no quisimos ese nombre”, respondió. Ésta fue denominación creada por la prensa y la policía, haciendo una alusión a las mafias. “La organización comenzó sin nombre; no queríamos inventarlo, sino ganarlo”, explica Miguel.
Durante el primer año de operaciones se dedicaron a definirse como grupo. Luego comenzaron el reclutamiento. El proceso fue lento, pero lograron integrar a estudiantes universitarios y miembros de comunidades obreras del sur de San José y del sector campesino.
El rumbo que eligió La Familia fue la guerra popular prolongada. Para alcanzar el poder era necesario el desarrollo de todas las formas de lucha: legales e ilegales, pacíficas y violentas.
El siguiente paso consistió en alcanzar capacidad operativa: había que conseguir armas.
“Centroamérica era un escenario de guerras y en Costa Rica había un tráfico inmenso de armas, donde incluso las autoridades estaban involucradas”. La organización compró armamento, con dinero obtenido de asaltos y otra parte la sustrajo de casetas de seguridad privada.
A principios de 1981,la organización identificó una casa en San Pedro de Montes de Oca donde vivían marines del ejército de Estados Unidos, ante lo que decidieron tomar acciones político-armadas. Miguel señala que esto era una respuesta al intervencionismo generalizado de Estados Unidos en Centroamérica, sobre todo en El Salvador, y con los Contra en Nicaragua.
Viviana Gallardo, asesinada por un policía costarricense en su celda, fue compañera de militancia de Miguel Regueyra
“Los huevos del Águila”
El 17 de marzo de 1981, el grupo al que pertenecía Miguel Regueyra detonó una bomba al paso del vehículo donde viajaban los soldados estadounidenses y otra en la Embajada de Honduras.
Estas acciones fueron el comienzo de la vida pública de la organización y también de su ocaso.
La siguiente operación se llevó a cabo el 28 de abril: el objetivo era detonar el busto de John F. Kennedy, situado frente a la Iglesia de San Pedro y Miguel era uno de los encargados directos de la operación.
Mientras un automóvil los esperaba, él y otros tres compañeros se acercaron a la estatua. Había personas alrededor, por lo que desistieron. Cuando se retiraban, antes de llegar al vehículo, una patrulla los detuvo. Los policías desenfundaron sus armas y ellos respondieron con disparos. Cuando llegaron más oficiales, los jóvenes huyeron y se escabulleron por matorrales, hasta que fueron detenidos en Zapote, en medio de una acequia. El incidente solo dejó herido a un compañero.
Casi dos meses después, el desmantelamiento de La Familia fue inevitable. Varios de sus miembros se envolvieron en un tiroteo, donde murieron tres policías y Carlos Enríquez, pionero de la organización.
“La muerte de Carlos es uno de los momentos más tristes que recuerdo”. Carlos era uno de los jóvenes que se unieron con Miguel a la guerrilla salvadoreña. Recibió la noticia en la cárcel y el sentimiento de impotencia fue abrumador.
Al sopesar el pasado, Miguel está consciente de que Costa Rica no estaba preparada para un movimiento de esa magnitud, que La Familia intentó forzar la llegada de un proceso a través de acciones desmedidas.
“Lo que hicimos fue tocarle los huevos al águila. Tomamos acciones que generaron una gran persecución, que al final no pudimos contener. En ese tiempo hubiera dicho que fue una falta de visión política. Ahora puedo decir que estas acciones fueron una torpeza”.
La Reforma
Después de su arresto, Miguel Regueyra fue separado de sus otros compañeros capturados, que al final fueron casi 20. Lo llevaron a la cárcel de Heredia y allí estuvo dos semanas.
Algunos de los reos eran contrasnicaragüenses y su llegada provocó disonancias: “desde el primer día yo realizaba rutinas de ejercicio físico y,entonces, los contras comenzaron a hacer lo mismo”.
Luego lo transfirieron a una celda individual en el Centro de Admisión de Alajuela (“Las Cajitas”), hasta que arestaron a más miembros de La Familia, casi un mes después. Miguel fue reunido con ellos en el área de diagnóstico de La Reforma.
Enfrentó cargos por asociación ilícita, allanamiento de propiedad, robo agravado, falsificación de documento y resistencia agravada, con una sentencia de 18 años de cárcel. Miguel siempre tuvo el apoyo incondicional de su familia a lo largo del proceso de condena, a pesar de disentir de su postura política y del acoso que enfrentaron.
Luego de ser detenidos, los jóvenes integrantes del grupo fueron vistos socialmente de forma peyorativa, pues eran calificados como “terroristas” y como si fueran los “nuevos leprosos”, en palabras del fallecido Dante Polimeni, propietario de la legendaria librería Macondo y un gran amigo de Regueyra.
A partir de su captura, la militancia de Miguel continuó desde otras trincheras, porque “nunca dejamos de actuar políticamente”, pero también se mezcló con sus estudios en comunicación, ya que sus hermanas lograron negociar su regreso a la carrera de periodismo desde la cárcel.
La lectura se convirtió en su mejor compañera de celda, donde si bien le visitaron familiares y personas cercanas, no lo hicieron así sus amigos de adolescencia.
Por su parte, los líderes de la izquierda costarricense visitaron a los jóvenes detenidos hasta un par de años después de las capturas.
Regueyra relata que el hecho de que se diera el encarcelamiento en Costa Rica de un grupo de militantes del FMLN, obligó a los partidos costarricenses de izquierda a tomar postura sobre la existencia de presos políticos en el país. El considera que si no hubiera sido por esta situación, el encarcelamiento se hubiera prolongado por mucho más tiempo, a pesar de que los jóvenes ticos detenidos habían denunciado haber sido víctimas de torturas en la prisión.
El profesor Alberto Moreno acudía todas las semanas a La Reforma para instruir a Miguel en materia de Comunicación Gráfica y Audiovisual. La Oficina de Registro negó la matrícula de los cursos, pero Mario Zeledón, director de la Escuela de Comunicación, se comprometió a convalidarlos, una vez que Miguel fuera liberado.
Años después, Regueyra destaca su profundo agradecimiento hacia ambos docentes, quienes fueron de gran importancia para poder concluir sus estudios universitarios.
Mientras tanto, el asesinato de Viviana Gallardo -una miembro de la organización que fue ejecutada en su propia celda por uno de sus guardias- agudizó el debate dentro y fuera de Costa Rica, sobre el futuro de los miembros de La Familia. Gracias a ello, la mayoría de implicados fueron liberados.
El contexto era efervescente: los jóvenes habían iniciado desde 1982 denuncias internacionales, las cuales dieron resultado en 1983, cuando se consolidaron comités de solidaridad con los presos políticos de Costa Rica en muchos países, como Suecia, y se impulsó una campaña informativa internacional.
“Luego de estar indiciados casi tres años, nos elevaron a juicio. Eramos 19 acusados pero sin antecedentes. Un día empezaron a soltar a la gente, quedamos cuatro. Luego los del FMLN fueron enjuiciados pero las autoridades recomendaron el indulto y así sucedió”, relata Miguel.
Seis años después de estar detenido, Miguel salió de prisión. “Salí de la cárcel un jueves y el lunes estaba sentado en un aula; ¡aquello fue alucinante! Un día estaba en un espacio completamente cerrado, y al otro estaba aquí”, dijo mientras señalaba con su cabeza lo que estaba a su alrededor: la Plaza 24 de Abril.
Sin embargo, él obtuvo una “libertad a medias”. Durante un año completo, Miguel debía regresar a la cárcel y pasar allí la noche. “Era como si uno tuviera que encerrarse cada día, era algo perverso”, recuerda el profesor, con amargura. Los seis años posteriores los pasó bajo libertad condicional, con la obligación de firmar periódicamente ante un juzgado.
Cuando Miguel salió de La Reforma con libertad condicional, su padre, Clodio Regueyra, lo situó en un pequeño negocio de elaboración de rótulos. Ahora es el dueño de la empresa.
Regueyra continuó sus estudios mientras trabajaba y se graduó como Bachiller en Comunicación en 1989. Él siempre fue un estudiante reservado, pero a su retorno, hubo personas que lo trataron con hostilidad.
“Cuando me iba a graduar, yo era el primer promedio de Ciencias Sociales, y en la Oficina de Registro trataron de negarme ese reconocimiento”. Además, cuenta que alguna gente de la universidad intentó impedir su defensa de tesis de Licenciatura.
Actualmente, Regueyra elabora su tesis de maestría, donde analiza el proyecto político-comunicativo de la radio comunitaria en Centroamérica.
Miguel Regueyra es hoy profesor universitario y como tal analiza en perspectiva la historia reciente de Costa Rica
Frente en alto
Miguel Regueyra ha aprendido a valorar su origen: sus raíces, que lo enorgullecen por hacerlo un claro representante del mestizaje. Su abuelo paterno, de origen mexicano, viajó a lo largo de América como miembro de una compañía de teatro: “hasta que embarazó a mi abuela y el padre de ella lo obligó a casarse”, dice Miguel, sonriendo. Su abuelo materno era un inmigrante judío que llegó a Costa Rica desde Polonia antes de la II Guerra Mundial.
Alejandra Bonilla y sus dos hijos son las personas que han dado la mayor felicidad a Miguel. Alejandra ha sido su compañera de vida desde antes del viaje a El Salvador; ella también estuvo en la cárcel por haber sido parte de La Familia -compartía la celda con Viviana Gallardo cuando fue acribillada- y su reencuentro, después de años de separación, es uno de los instantes que nunca se desprenderá de la memoria de Miguel.
“Alejandra y yo estamos juntos desde 1975. Ella es mi compañera. Estando ella presa yo me enteré por las noticias que las ametrallaban (cuando fue asesinada Viviana Gallardo). Yo desde el principio asumí que era un intento de asesinato”, relata Miguel en referencia a lo duro que fue no solo estar separado de su pareja sino que ambos estuviesen detenidos, aunque reconoce que ellos siempre enfrentaron con fortaleza todo lo que vivieron pues estaban preparados para ello.
En el caso de la docencia, Miguel afirma que ésta “cobra sentido en la medida de las experiencias que uno puede compartir con otras personas”.
Producción Audiovisual, Edición Gráfica, Edición de Publicaciones y Fotografía son algunos de los cursos que, desde 1990, han estado bajo su tutela. La huella de Miguel Regueyra como docente también ha quedado marcada en las escuelas de Psicología e Historia, calando en ello su compromiso hacia la permanencia de las universidades públicas, y sobretodo, su perspectiva hacia la generación de cuestionamientos a la manera en que está constituida la sociedad.
Durante su estadía en la cárcel, un político le propuso a Miguel la posibilidad de que le dieran el indulto presidencial con la condición de abandonar el país (él y su compañera). Aun así, no aceptaron la oferta. A pesar de la represión y el riesgo que podían correr sus vidas, ambos anhelaban su derecho de permanecer en Costa Rica y asumieron ese reto.
“La perspectiva había cambiado. Ahora pasaba por una solución política desde acá. Pensé en quedarme acá y retomar la carrera universitaria, por un lado, pero continuar con la actividad política en Costa Rica, en vez de ir a Nicaragua o a El Salvador”, asegura.
Otras acciones que Miguel Regueyra había desarrollado durante su periodo de detención influyeron en su regreso a las aulas universitarias, pues Miguel era el presidente fundador de la Asociación de Estudiantes Universitarios en Reforma, había fundado también una biblioteca en el centro penal, donde consiguió donaciones de libros, y había desarrollado el proyecto de un diccionario con más de 600 términos usados por los privados de libertad.
“En el diccionario no era solo una definición del término sino toda una explicación conceptual”, explica el hoy docente de comunicación, quien nunca publicó este diccionario.
Cada vida es una revolución; no hay progreso sin cambio. Miguel Regueyra todavía busca transformar la realidad de una tierra por la que ha dedicado su vida, ahora desde el bastión de la comunicación social. Sólo hay cuartel para el valor: para ser humilde ante la victoria y responsable ante las derrotas.
Miguel Regueyra, un profesor que combina la mezclilla con el buen humor, representa una convicción que algunos amarán y otros odiarán. Así es la revolución.