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Comunidad: Un hasta luego antiperiodístico para Beto Moreno

Isis Campos / isiscampos@racsa.co.cr


Hacía frío. Eso de iniciar clases a las 7 de la mañana nunca había resultado; pero ahí estábamos en la clase de Comunicación Gráfica esperando al nuevo profe… y nada que aparecía el susodicho.

Comenzamos a pellizcar la pereza pasando de silla en silla para saludar a quien no habíamos visto desde un lejano ayer o antier que, para ese entonces resultaba mucho tiempo; sin presentir que pronto no volveríamos a ver a muchos/as durante años enteros y a otras/os jamás.

Poco a poco se iba subrayando esa ausencia de ritalina que parece casi un requisito de ingreso a la ECCC y en la conversa de pupitres en desorden ya estábamos los de siempre y también la gente de generaciones anteriores que solía aparecer en esos candentes años 80´s; época cuando cientos de exámenes y trabajos finales dejaron de ser entregados porque quien matriculó a inicios de semestre se encontraba en algún lugar de esta Centroamérica que ardía en abiertas contradicciones y esperanzas.

Ya era mucho rato sin el bendito profe. La idea de un café nos tentó, así que acordamos darle cinco minutos para después jalar. Pero el profe apareció. No tarde, ni en carreras, ni balbuceando una explicación: sólo se puso de pie de entre nosotros y comenzó la primera clase con Beto.

Desde entonces nos quedó clarísimo que era imposible esperar alguito de normalidad en un mae con apellidos tan contradictorios como Moreno Blanco.

Del curso de Gráfica tengo el recuerdo de las mesas de luz, del trabajo final de carteles y mantas para manifestaciones en puntillismo (¡no se nos pudo ocurrir algo más difícil!) y de una gran y extraña felicidad que luego fue acrecentada por un loco que a falta de énfasis en producción audiovisual se inventó un curso que nos llevó a elegir obra, adaptarla, convencer a compas para que actuaran, conseguir una bocaracá verde aguamarina que transitó hacia el triangular paraíso de las serpientes venenosas en el frío en un Coronado fangoso y feliz; y para mí, la dicha de ganar con cero competidores el privilegio de cuidar a Raquel: la boa que hizo de doble de la bocaracá. Y cómo olvidar los sacos de plumas –con todo y remanentes del pollo al que habían pertenecido- que para armar las alas de un ángel debieron ser limpiadas, secadas y peinadas en largas jornadas en las que perdimos el sentido del olfato, del tiempo, de la mesura… y cualquier otra noción de sentido formal.

En la playa, mientras grabábamos “Un hombre muy viejo con una alas enormes” (claro, no hay nada mejor para principiantes que volarse el coco con García Márquez), Beto nos presentó a Silvio Rodríguez con ese aire de sin querer queriendo y las tardes en Brasilito y Conchal se hicieron canciones de gaviotas y locuras de lirio. Para la seccional pobreta que acampaba en modo multifamiliar –seis personas para una tienda de dos y alimentos para 0,23 del conjunto- la solidaridad emergió y tuvimos abundantes dosis diarias de café, galletas de soda y atún condimentadas con arena. Esta última fue cortesía de los vientos nortes del verano en el Pacífico y las provisiones del bolsillo del profe al que nunca le dijimos así, tal vez porque más que profe fue maestro, que es lo mismo que decir amigo que acompaña tus propios descubrimientos.

Después las historias fueron muchas, algunas incontables en un medio de comunicación porque tendría que exponer mi vida; pero que juro están ahí, sacadas a relucir una y otra vez a lo largo de los años porque para recordar el tiempo en la ECCC, es imprescindible hablar también de vos Beto Moreno.

Pasaron los años, y era loquísimo encontrarme a gente de nuevas generaciones contando qué descubrieron, qué conquistaron, qué paraje se atrevieron a recorrer, qué demonio exorcizaron con principios homeopáticos y qué delirio construyeron para vivir bajo sus alas antes prohibidas junto con vos. Siempre había alguien (en realidad muchos alguienes) quienes te consideraron el salvador amigo que insinuaba con su sola presencia que la marca demente -que se pasa escondiendo o medio disimulando durante los mil siglos de la solitaria adolescencia- no era una maldición…

A inicios del nuevo milenio volví a transitar la calidez de los recuerdos que duermen una goma eterna a lo largo de la Calle de la Amargura, pasé por el pretil, la Plaza 24 de Abril y subí las escaleras de este Edificio de Ciencias Sociales al que se quiere por lo que sea menos por gozo de contemplación arquitectónica. Solo que esta vez no venía a dejar la cámara de video casi que raptada que vos me enseñaste a utilizar; ni corría a una reunión de la Asocia, ni para entregar el último trabajo del semestre como si me fuera a deshacer del cepo, ni tenía pajaritas de papel por colocar en los casilleros. Venía a dar mi primera clase en la U, después de semanas enteras tratando de acordarme qué hacías, qué nos decías (¡intentaba inferir tu metodología de mis recuerdos!: ve si una puede ponerse babosa); porque si algo quería saber era cómo convocar hacia sí mismas a estas gentes hermosas que presentía iba a encontrar, tal vez un poco para devolver el favor que recibí años antes cuando estaba en las aulas cursando una carrera, sí, pero principalmente buscando quién era, quién ser y cómo seguir soñando; aunque el título no diga nada de eso ni como énfasis, ni en las letras pequeñitas, ni en el revés de la hoja, ni en ningún lado más que en mi propia vida.

Y no me acordé Beto. No me acordé qué hacías, ni cómo lo hacías, ni qué decías; porque después de días y días de recordar, lo único que me saltaba a la memoria y al corazón era la imagen, los sueños y los descubrimientos de Isis. Así que nunca lo supe y solo me quedó la certeza de que en las aulas y fuera de ellas se trata de que cada quien sea lo que puede ser con ganas y magia; ambas conjugadas en infinito. 

Ahora me dicen que te pensionás y que te escriba una nota, y yo no puedo meter todo esto en una pirámide invertida, así que comencé a escribirte un modelo para armar brevísimo, porque aquí no cabe la fuerza y la tierna demencia que –después de tu insistente “maaaaae, tiene que leerse esto, maaaaaae”- nos hizo a Gabi y a mí decidir cambiar de carrera en tercer año, hecho que solo fue evitado porque al llegar a la secretaría de la Escuela respectiva nos enteramos que no daban Física Cuántica y si no era así entonces para qué, pues seguíamos en Comunicación.

Explicar la magia es difícil, vivirla también; pero aprender a disfrutar cada intento es maravilloso. No sé por qué me llamaron para escribirte esto, tal vez porque en la piel se nos tatúa lo que necesitamos hacer para que la gente lo lea y te ayude a que suceda. Por eso, Betico, lamento que otras loquitas y loquitos no te encuentren en el aula, pero ahora pensionado, diay, como que toca y vas a tener tiempo para que entre birra y birra al fin pueda hacerte las mil preguntas cuyas respuestas probablemente olvidaré solo por la gana de volvértelas a preguntar para soñar el camino, cambiar el camino, olvidar el camino, crear el camino o simplemente por el simple placer de caminar el camino. Que las diosas y los dioses nos agarren confesados ahora que estarás tiempo completo en misión locura; pero principalmente y de verdad con todo mi corazón; más ahora que el tiempo me ha permitido sentir el vértigo ante todo lo que pudo no ser, ante la que pude no haber encontrado, a la que pudo no haberte conocido…  de verdad gracias por el impulso y por todo, Beto Moreno.